Marta María Ramírez: ‘El feminismo me ha salvado en términos espirituales y físicos’

La periodista y feminista Marta María Ramírez. Cortesía de la entrevistada.

Por Eylin Lombard

Marta María Ramírez se presenta como la mamá de Nina. Además, practica el periodismo gonzo y se centra en la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la visibilización de temas de género en el contexto cubano y latinoamericano. La trova y el cine modelaron sus primeros sueños de justicia, que se trenzaron con los derechos de las mujeres, la comunidad LGBTIQ+ y los activismos emergentes en Cuba. Su trayectoria refleja un compromiso antipatriarcal profundo, cuestionando las estructuras de poder que afectan a las comunidades más vulnerables en la Isla.

Esta entrevista forma parte de la Campaña Cubanas en Resistencia, lanzada por la Coordinación de Género, Diversidad y Alianzas Estratégicas de Iniciativa para la Investigación y la Incidencia A.C., para dar visibilidad a las mujeres que enfrentan la violencia del Estado cubano, destacando sus actitudes insurgentes y sus luchas en un entorno de represión. 

¿Cómo saliste de Cuba? ¿Consideras que estás en el exilio o asumes este vivir fuera de la Isla desde otra perspectiva?

Cada vez que salía de Cuba era un momento en el que tenía trabajo pendiente y necesitaba recuperarme. Durante la pandemia, con las restricciones de movimiento, me propusieron tomarme un tiempo para descansar, ya que había perdido mucho peso y estaba agotada física y mentalmente.

La represión aumentó fuertemente contra nosotras, no solo por mi rol en el Instituto Internacional Hannah Arendt (INSTAR), sino también por mi militancia feminista; todo eso: el periodismo independiente, la militancia feminista, la coordinación de un instituto que definitivamente tampoco querían entonces… todo eso se juntó y yo pensaba en el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, pero el tema de las maternidades era como la circunstancia, ¿no? Estaba sola, enfrentando tensiones, sin poder salir ni encontrarme con gente, y con el temor de que, si mi hija o yo enfermábamos de coronavirus, nos separarían, según establecía el protocolo cubano. Al final, me ofrecieron apoyo y comprensión y salí de Cuba por tres meses. Me dijeron «te podemos cuidar, te podemos abrazar. Si tienes necesidad de llorar, no tienes que llorar sola en una esquina», y salí con esas condiciones, salí por tres meses.

En medio de todo esto se aprueba el Código Penal y me empiezan a llegar mensajes, de mis amigas de toda la vida, y de personas con las que no he tenido nunca ninguna relación… y, sobre todo, un mensaje de una persona con la que la policía política me había mandado mensajes antes. No puedo probarlo, obviamente, pero algún día se podrá, ya que son tan burocráticos que eventualmente tendremos acceso a lo que han ido anotando en sus bitácoras de represión.

En ese momento, yo estaba decidida a volver, como siempre he hecho, porque, aunque emigrar no tiene edad, hay edades más propicias para hacerlo. Según los estudios de los flujos migratorios y la demografía, a mis 47 años se suponía que debería estar recogiendo los frutos de lo que había hecho, en un lugar de estabilidad emocional y económica.

Yo volví a Cuba el 14 de marzo y el 20 de marzo se estaban cerrando las fronteras. Creo que si hubiera interpretado la señal que estaba viendo desde Europa, nos hubiéramos quedado al menos un tiempito más para poder entender qué pasaba con el coronavirus, estar acompañadas durante ese proceso y quizás haber sido más útil para mis luchas personales, porque hubiera estado más fuerte, con conexión a internet…

Emigrar condicionada por no tener seguridad para estar en tu país con tu familia complejiza un poco más la cosa. No puedo imaginar, y eso que en los 90 nuestras familias nos contaban que esa no había sido ni siquiera como la de los 70. Entonces, emigrar no es una decisión personal, es una decisión forzada por las circunstancias y por la falta de seguridad.

Una vez fuera de Cuba, ¿qué has hecho para subsistir y continuar el trabajo que hacías antes de salir?

Para nadie es un secreto que muchas de las cosas que hacemos las mujeres feministas cubanas son voluntarias, o sea, que la mayor parte de los supuestos trabajos que tenemos los asumimos con la responsabilidad de un trabajo, pero son desde el voluntariado.

Me han ayudado mis amigos y mis redes de apoyo, he tenido algunos trabajos, aunque es bastante difícil conciliar cuando eres madre sola, tanto en Cuba como en otros lugares. España, que es donde estoy, no lo tiene resuelto. Entonces, he tenido trabajos temporales, que obviamente pagan mejor que lo que pagaría cualquier trabajo hecho en Cuba… Pero hay una precarización absoluta de los espacios de periodismo y de activismo feminista, que son los espacios que yo conozco, y que hay que poner a debate, pensando en las particularidades que tiene Cuba.

Es bastante difícil acceder a los recursos de resolución política en otros lugares, no solo para cubanas y cubanos, pero específicamente para nosotrxs, por la precarización que tenemos y la potencia que tenemos, y también por la falta de reconocimiento de la situación política grave. Pero también por la doble moral absoluta, porque, si hay un padre de las dictaduras en Latinoamérica —una madre no, nunca más será una mujer—, ese ha sido la dictadura cubana, y no lo quieren ver.

¿Cómo fue tu experiencia de trabajo dentro y fuera de las instituciones oficiales en Cuba?

Yo no entro a estudiar directamente Periodismo, llego un poco más grande, tengo un compañero más grande que yo de edad y que se mueve en un mundo intelectualmente crítico, que no hablaba bajito, que no se estaba escondiendo.

Ya en el año 95 empiezo a entender que algo pasa conmigo, que la gente viene y me cuenta sus cosas, y empiezo a buscar recursos para que esas personas puedan lograr algo de lo que entienden por justicia y reparación. Casi siempre eran cosas relacionadas con violencias machistas, personas LGBTI…

Cuando empiezo a estudiar Periodismo, quiero escribir sobre temas relacionados con las supuestas minorías, que he identificado como mayorías, porque cuando sumamos a todas somos la abrumadora mayoría del pueblo: mujeres, más afrodescendientes, precarizadxs… Entonces tenía eso muy claro, pero tuve un ambiente propicio, gente que me apoyó, redes de apoyo… No estuve sola en mi primer choque con una institución oficial. Hice todo lo posible porque no me mandaran a hacer el servicio social a los órganos oficiales del Partido, sino por lo menos a una emisora de radio local donde había otras libertades… Me dijeron que tenía que entrar al Juventud Rebelde, si no, anulaban mi título y yo quería ser periodista… pero, al mismo tiempo, ya yo hacía periodismo independiente también, desde que empecé en la universidad y a veces hasta sin firmar, según el miedo que tuvieran los medios de relacionarse conmigo.

Me pusieron a trabajar en la cultura, a cubrir música. Era lo que menos yo quería hacer en mi vida. Pero dije, «bueno, sí, tengo que estar aquí voy a aprovechar y voy a trabajar». Una vez me mandaron un mensaje de la dirección diciendo que si yo me creía la dueña del periódico para publicar cinco notas en una semana y me fui ese día del periódico gritando. Traté de concentrarme en trabajar y en escribir sobre música, y traté de colar la mayor parte de las cosas que tuve… Tiempo después, un amigo me dice «Marta, estoy buscando la entrevista que le hiciste a Silvio [Rodríguez] porque quiero sacar algo de la introducción donde decías que no estabas de acuerdo con él, pero no logro encontrarla». No apareció. No está mi nota por ningún lado. Yo no existía. En ese momento hice una publicación diciendo que cómo puede ser que la borren a una de un plumazo… Después vinieron muchas más denuncias sobre el borramiento de personas.

Luego, yo estaba haciendo mi tesis de grado sobre las identidades femeninas de mujeres trans en Cuba y me mandaron a graduarme en Honduras, una idea muy loca de mandarnos a cubrir las misiones médicas cubanas. Pero una de las cosas a los que me conduce la investigación sobre las mujeres trans es que algunas habían salido de la prostitución y logrado tener determinados oficios, una mejora importante en su tranquilidad y en su calidad de vida.

Ya antes yo había tenido un episodio con Mariela Castro Espín, la hija de Raúl Castro, mientras estaba cubriendo a un colega de vacaciones en la agencia española y escribí una nota sobre un evento de literatura erótica, «La llama doble en la zona», y a partir de ahí me quitan la acreditación sin ninguna explicación. En medio de investigar qué cosa es lo que estaba pasando, llego a la conclusión de que quien censura es Fernando Rojas, acabado de llegar al puesto de viceministro y que se encargaba de prensa y de prensa internacional.

Pero en el CENESEX [Centro Nacional de Educación Sexual] trabajé con Mariela, que tenía una participación en la vida política y tenía todo el poder para decidir quién entraba allí. No sé por qué me dejaron trabajar allí. Estaba [el trovador] Jorge [García] recién muerto, yo estaba en unas condiciones deplorables: físicas, espirituales y quizás todo eso influyó. Y también mi sinceridad, yo fui muy directa, había dicho todo ya.

En ese momento parecía que las cosas podían mejorar para algunos. Por ejemplo, hice el reconocimiento de mi unión con Jorge cuando se discutía la unión consensual de personas homosexuales. Aunque yo no formaba parte del grupo directamente, acompañaba como aliada y me preguntaba por qué no se hablaba de matrimonio igualitario en lugar de unión consensual. Mi propia experiencia había sido un proceso criminal, Jorge y yo éramos una pareja conocida, me había hecho canciones, había videoclips de conciertos donde dice esta canción se la dedico a Marta, me mencionaba en entrevistas, había fotos durante los 90… había alguna documentación de nuestra vida. Si a mí me habían tratado como una criminal, cómo harían esto en una pareja de hombres o de mujeres, o de personas trans….

Siempre he tenido claro que las instituciones del Estado, y las instituciones, limitan a las personas. He cumplido roles lo mejor que he podido, pero llega un punto en que siento que he agotado mi participación y necesito moverme. He sido constante en el activismo feminista, aunque somos pocas en las primeras líneas de acompañamiento. Seguiré hasta que me lo permita mi salud mental. Pero desde entonces el reconocimiento de las personas trans, aunque ha transformado ciertos márgenes y ganado reconocimiento artístico, también ha perdido libertades. Han anulado esos espacios que pudieran coexistir y venir a lugares menos riesgosos.

Por otra parte, pasa que los espacios tampoco están concebidos para mujeres que maternan, tenemos que buscar dónde dejar a Nina, no contamos con una red de apoyo cercana, muchos han emigrado o no están disponibles en los mismos horarios. Una tiende a sentirse sola, aunque cada vez menos, gracias a ciertos movimientos feministas. Sin embargo, algunas mujeres se han quedado en otras posiciones o no han podido seguir adelante. Aunque ha habido avances, sigue habiendo resistencia para reconocer que venimos de un país totalitario y de un patriarcado, y que somos víctimas de violencia machista, no solo por la sociedad, sino también por el Estado. Todavía cuesta hablar de la dictadura en esos términos, y algunas personas de la oposición parecen no haber tenido ese despertar. Yo sí lo tuve, y dejé de creer en el sistema antes que otros, pasando por un duelo importante, no solo del Gobierno, sino del sistema político, del país, de lo que pensaba que podía hacer en mi pequeño espacio. No todas las personas están de acuerdo con los gobernantes que tienen, pero han logrado construir instituciones y medios a su imagen, encontrando sus propios espacios.

Tampoco tengo la certeza de que el próximo Gobierno en Cuba cumpla con lo que realmente necesitamos, que es un país donde todas las personas puedan vivir con libertad, sin ser señaladas. Cuba ha desconocido históricamente la democracia, y lo que llamaron Revolución cubana fue, como muchas otras revoluciones, patriarcal. Si no se comprenden los temas de los que hablamos, tendrán que aceptar que somos mayoría y que nuestros derechos no pueden seguir esperando. Todos los derechos humanos deben avanzar al mismo ritmo. A veces se nos dice que debemos esperar, pero eso es ser cómplices de la dictadura. El Código de la Familia, por ejemplo, es visto como un intento de lavar la imagen del Gobierno. Si las familias cubanas viven mejor, podrán luchar por más.

Yo aún no sé cómo hice todo esto con Nina, y muchas veces somos nosotros quienes transmitimos nuestras preocupaciones a los niños. Un día me citaron a un interrogatorio, y tuve una experiencia que… tú ves que nuestra sociedad no es ideal. Vas con tu hija y alguien te ayuda, pero también sientes la presión de su entorno cuando la niña grita, aunque te digan que es normal. Hemos perdido esa comprensión como sociedad, en gran medida por la despersonalización a la que hemos sido sometidas y el patriarcado dominante. El aumento de familias monoparentales y la feminización de la pobreza son evidentes, pero el Estado no nos proporcionará cifras.

¿A qué desafíos te has enfrentado al ser madre activista?

Mi activismo está atravesado por la maternidad; no planeaba ser madre, pensaba adoptar con mi pareja. Sin embargo, convertirme en madre ha profundizado mi compromiso con el feminismo, dándome un enfoque de las mujeres que han sido relegadas por su maternidad, que han tenido que esperar a que sus hijos crezcan para poder retomar sus luchas. Hay mujeres feministas que han sacrificado mucho, trabajando en otros empleos para sobrevivir mientras continúan su activismo voluntario. La militancia en Cuba no es un trabajo remunerado, y los servicios de apoyo, como las líneas de ayuda, no están disponibles las 24 horas porque no tenemos los recursos ni las personas capacitadas, pero hacen falta más personas capacitadas dispuestas y, además, capitalizar… En otros lugares, estos espacios son profesionales y suelen estar financiados.

¿Es más difícil hacer este trabajo fuera de Cuba que dentro?

Yo creo que una de las razones por las que no me fui antes, aunque tenía posibilidades y el mundo estaba en mejores condiciones, es porque las personas que estamos fuera somos vistas de otra manera, como si perdiéramos la perspectiva. Después se le dice a la gente que salga a la calle cuando nunca lo hicimos, o aunque lo hicimos. Nos ha pasado algo terrible y no entendemos qué es, olvidamos lo que significa estar del otro lado. Además, hay una percepción errónea de que las personas en el exilio viven bien. Aparecemos de pronto en bares, parece que nos damos la supervida, cuando la realidad es que hay personas que no pueden llegar a fin de mes, y van a bares porque los invitan otros amigos o porque son espacios de trabajo… Y tenemos la responsabilidad de decirle a la gente lo que significa el desarraigo y más en estos momentos…

Aunque mis condiciones han mejorado en algunos aspectos: ya no vivo en un mundo pandémico con restricciones de movimiento, tengo acceso a internet, también es difícil. No quería irme antes por una cuestión de orgullo, no quería «rajarme». Yo cada vez que salí, quería volver a Cuba, no para vivir una vida cómoda, sino para comerme el picadillo de soya, no para tener el refrigerador lleno y un carro en la puerta que me espere para llevarme cuando estoy con fiebre, no… Es para seguir siendo parte activa de la lucha, acompañando a alguien a una estación de Policía o ayudando con lo que pueda.

Ahora, estando fuera, dependo de lo que me cuentan y veo a distancia. Durante la pandemia ya estaba en una situación de encierro, con restricciones de movilidad, así que no noto tanto la diferencia. Sin embargo, cuando estaba en Cuba, a pesar de la represión, amenazas, y la constante presión de estar vigilada, podía moverme y ayudar. Eso era agotador emocional y físicamente, pero dentro de toda esa adversidad, trataba de crear un universo propio, aunque era muy difícil y desgastante.

Estar en Cuba era también convertir aquel lugar, con un policía en la puerta, con gente amenazando, con llamadas de teléfono de números del Pacífico a las 2:00 y las 3:00 de la mañana, con todos los amigos presos… trataba de construir un universo fascinante para mí, para los míos, para Nina, dentro de algo muy horrible y eso era agotador. No solo entristece el alma, sino que era muy muy muy agotador.

En iniciativas como Casa Palanca y otras que apoyan a periodistas independientes, de las que has sido parte, ¿cuál crees que es el objetivo principal? ¿Solo visibilizar, o también acompañar y generar cambios concretos?

El objetivo es también visibilizar, más allá de acompañar, porque a partir de nombrar las cosas es que podemos hacer algo. Cuando Casa Palanca comenzó, éramos un grupo de mujeres comunicadoras, y cuando empezamos a hablar de hacer una campaña, yo dije «discúlpenme, pero yo no estoy para eso».

Nosotros hicimos varias campañas en un corto periodo de tiempo en 2021, incluso muy buenas, pero que se quedaron en nada. Yo estaría dispuesta a hacer una campaña de visibilidad que tuviera una acción concreta, como estoy haciendo mi periodismo. Si yo no tengo algo que ofrecer a las personas, ese trabajo no me interesa. El periodismo y el activismo están entrelazados, no me interesa un periodismo extractivista… ese que llega, toma la información y se va. Es bueno, porque denuncia una situación, pero yo no quiero hacer eso, no me siento cómoda, quiero ser consecuente.

En ese momento estaban Camila Acosta, Mel Herrera, Yadiris Ruiz, África Reina, presionadas por la policía política con el tema de los alquileres. Ahí pensamos, bueno, ¿por qué no compramos una casa? Sabíamos que era un desafío grande, necesitábamos una plataforma que no temiera al embargo, que pudiera recibir apoyo financiero. No podíamos decir que íbamos a comprar una casa en Groenlandia porque no puedes mentir a los que te dan dinero, ¿no? Vimos la posibilidad de que al comprar la casa el Estado nos la quitara, y todo eso lo dijimos. Pero también era una forma de visibilizar la violencia política y de género que enfrentan las mujeres en Cuba, distinta de la que viven los hombres, porque nuestras responsabilidades sociales, como el cuidado de niños y personas mayores, nos colocan en una posición más vulnerable. Tenemos otros tipos de presiones que hacen que sea una violencia intencionadamente machista.

El Estado ha sido muy ingenioso con el tema de separarnos. Por ejemplo, hay personas [como Laura Vargas] que han posteado que la policía política le ha dejado ver mensajes donde unas hablan mal de las otras. Ese tema ha sido recurrente desde que yo tengo uso de razón, conozco grupos que no tenían fines políticos y fueron desarticulados así. Las de Casa Palanca todas nos conocíamos, respetamos nuestras diferencias… Pero después las condiciones empiezan a cambiar, muchas de nosotras salimos y ya no regresamos más y se empieza a rearmar Casa Palanca a partir de esas propias experiencias…

En el caso de la violencia sexual y feminicida, si no las nombramos, la gente no puede reconocerlas, ya que están tan naturalizadas que pasan desapercibidas. Los feminicidios apenas comienzan a ser reconocidos popularmente, pero estamos llegando a la gente a través de una internet limitada y cara que ahora, tras las protestas, está cortada para casi todos. Antes, solo unas pocas personas sufrían cortes, ahora es generalizado. Es crucial que las personas puedan identificar lo que les pasa y tengan un lugar a dónde acudir, porque sin opciones, se sienten atrapadas. Por eso es importante tanto reconocer el problema como ofrecer un camino de apoyo para no estar solos.

¿Qué crees de Cubanas en Resistencia, esta campaña que estamos haciendo desde Iniciativa A.C.?

Yo creo que somos un país con tan poca memoria, que lo que se haga en el presente para el futuro, aunque sea de dos días, es bien importante. Por ese lado, me parece vital; es un registro de algo que ha sucedido y está sucediendo.

Esa memoria desde el presente es importante, porque uno se va olvidando también de cosas, porque como víctima se hace ese ejercicio de borramiento de la memoria para poder sobrevivir, para poder llegar a ser una. El registro de la memoria inmediata es vital, aunque al cabo de los años tenga que reconstruirse. En otros lugares (países) se hacen estos reencuentros de todas estas mujeres en un espacio, cuentan qué ha pasado con sus vidas en los últimos diez años.

Yo creo que es difícil para el contexto cubano, sobre todo por los medios a través de los que se llega, que esta que hacen sea una campaña, digamos, viral… Pero sí creo que va llegando. Se podrían hacer alianzas con organizaciones que hablan de la violencia política contra nosotras, porque también la gente necesita hacer procesos. No estoy haciendo un juicio, o sea, es que la gente necesita procesar cosas y son pocas mujeres atendiendo a mujeres en situaciones de un nivel de desamparo absoluto.

Yo creo que es importante también para foros internacionales, para que la gente entienda qué es lo que estamos viviendo y que no es un paraíso. Se asume desde otros espacios que, como tenemos derecho a trabajar, al aborto, a igual salario que los hombres desde 1959, ya lo logramos absolutamente todo, y tenemos un paraíso. Hay que desmontar esas narrativas también dentro de esos espacios, y ustedes tienen material para hacer eso: un libro, las propias campañas, las postales que se pueden imprimir para esos foros…

Se me ocurre tejer una red, una conferencia de prensa, y movemos, no solo los medios independientes, sino todas las relaciones que tenemos con medios feministas, con periodistas de la región… Yo creo que ya no podría dar consejos, pero les pido que se cuiden, no desde el paternalismo sino pensando en el autocuidado. No es algo que he hecho y ahora siento que es muy tarde para empezar; lo intento, pero no me sale bien, no lo tengo como orgánico. Ese sería mi único consejo, mi único pedido, entender que cada uno y cada una tiene sus funciones dentro de esos activismos políticos, que sus roles todos son importantes… o sea, que no todo el mundo puede poner el cuerpo o la cuerpa delante, hay personas que están para pensar, hay personas que están para cosas estratégicas, hay otras que están para proteger, para cuidar…

Yo creo que con esas dos cosas en la cabeza también podremos tener un poco más de unión y entender que tenemos una única lucha, la llamemos como la llamemos, pero que termina siendo el derrocamiento de una dictadura, la dictadura más vieja de Latinoamérica… un proceso injusto que lleva 65 años sin posibilidades ya no solo de poner un plato de comida decente a la mesa o calzar con las cuotas, digamos, ni siquiera la posibilidad de poder decir que no estás de acuerdo. Es demasiado tiempo, seis generaciones…

¿Qué esperas para para las mujeres cubanas en términos de derechos y libertades?

Lo que deseo es una Cuba en libertades, con la posibilidad, además, de decidir. Yo no soy proselitista del feminismo. Yo creo que el feminismo a mí me ha salvado en términos espirituales y físicos, pero no pretendo imponer mi manera de ver el mundo a nadie. Lo que sí quiero es que cada mujer cubana, cada persona, cada ser humano en Cuba, pueda realmente elegir, con información, sus decisiones. Y si quisieran hacer el tránsito hacia ese otro lugar, digamos, no violento, podamos hablar y coincidir pacíficamente.

Y que no haya mujeres asesinadas, ni víctimas de feminicidio, ni violadas, ni desaparecidas, ni gente pobre, ni niños muriendo, agonizando porque no hay decoro, porque es compromiso del Estado garantizar medicamentos. Eso quiero, que repartamos mejor las riquezas, que no se queden en manos de unos pocos, de ningún mando, y que podamos vivir con esas libertades que también significan comer, vestir, escoger la escuela, a dónde queremos viajar, a dónde queremos movernos, qué queremos hacer con nuestras vidas en libertad.

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Entrevista publicada originalmente en Diario de Cuba.

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