Marta Perdomo: ‘No perdamos la esperanza, nuestros hijos van a salir en libertad’

Por Eilyn Lombard Cabrera

Marta Perdomo es la madre de Nadir y Jorge Martín Perdomo, quienes fueron encarcelados por participar en el estallido social del 11 de julio de 2021 en Cuba. Desde la detención de sus hijos, ha levantado la voz frente a las instituciones del Gobierno, en redes sociales, sola o con otras madres. A consecuencia de ello, ha enfrentado detenciones y amenazas por parte de la Seguridad del Estado, para que desista de sus denuncias sobre la crítica situación de sus hijos en prisión, así como de pedir para ellos justicia y libertad. Sin embargo, asegura que seguirá luchando y exigiendo libertad hasta su muerte.

Este texto forma parte de una serie de entrevistas realizadas como parte de la Campaña Cubanas en Resistencia, lanzada desde la Coordinación de Género, Diversidad y Alianzas Estratégicas de la Iniciativa para la Investigación y la Incidencia A.C., para destacar la actitud de las mujeres que experimentan la violencia del Estado cubano.

¿Antes del 11 de julio su familia había mostrado su descontento con el Gobierno cubano de alguna manera?

Nunca habíamos participado en nada, no pertenecíamos a nada. Sabíamos y teníamos el descontento de ver que personas como nosotros, que somos luchadores, no podíamos llevar una vida mejor. Siempre había un “no hay esto, no hay aquello, no hay lo otro”, pero eso no es una cosa política.

Nunca estuvimos de acuerdo con el sistema, desde que mi papá era joven, cuando triunfó la Revolución. Él decía “esto es comunismo”, y él era una persona que solamente tenía cuarto grado. Vivíamos sin tener internet, sin saber nada de lo que pasaba alrededor del mundo, y yo simplemente soy una costurera que quiso salir adelante y que mis hijitos pudieran ser alguien en la vida, y lo logramos. Mi esposo y yo lo logramos. Nunca pertenecimos a ninguna organización, y mis hijos tampoco.

¿Cómo se enteraron de las protestas del 11 de julio y por qué decidieron participar?

Cuando comenzó internet en Cuba ya mis hijos eran mayores, y empezaron a ver la realidad. Jorgito siempre le decía a su papá: “Mira, papi, yo en otro país no podía haber estudiado la carrera que estudié”. Porque nosotros no nos consideramos pobres, pero no teníamos ese dinero para hacer una carrera como la que hicieron Jorgito y Nadir. Fundamentalmente Jorgito, que estudió en la Universidad de La Habana —es cibernético—. Cuando llegó bien internet, empezaron a ver que no todo era como se lo iban contando.

Ahí empezaron a ver a los influencers, a ver cómo estaba el mundo, y empezaron a sentir en carne propia lo que estaba pasando con ellos, y con toda la familia y con los niños… Luego llegó la pandemia, empezaron a morirse vecinos, familiares, y eso provocó que el 11 de julio salieran, aunque ya ellos pensaban diferente hacía mucho tiempo. Eso fue una cosa espontánea, porque el pueblo empezó a salir y ellos salieron y dieron todo lo que tenían por dentro.

Yo sabía que iban a participar, y estuve muy de acuerdo con que ellos salieran, muy de acuerdo. Fue un momento muy emocionante y yo los esperé en el portal de mi casa. Ahí estábamos aplaudiendo lo que ellos estaban haciendo.

¿Cómo fue la detención?

Yo los esperé en el portal, ellos llegaron como a las 6:00PM y ahí empezaron las directas de la gente, los chismes de que ellos eran los líderes de la manifestación. No fue ese día que se los llevaron, porque al no haber cometido ningún delito, no se los podían llevar ese día. Esperaron seis días para llevarlos, tuvieron que buscarles una causa, un delito. En esos seis días ellos fabricaron los delitos que les iban a poner a Jorge y a Nadir. Se los llevaron el 17 de julio, a eso de las 6:00PM. Vinieron tres policías y los citaron para tener una entrevista con el jefe de la Policía y bueno, de ahí para acá… comenzó toda nuestra tragedia.

Cuando a ellos se los llevan, yo llamaba a la estación de Policía y no me decían nada, hasta que dijeron “ellos se van a quedar”. Ese día yo y mi nuera nos abrazamos, sabíamos que ya había algo serio con los muchachos. Se los llevaron a la llamada prisión del sida, una prisión que tenían desactivada, y los pusieron contra la pared, enshaquirados, es decir, encadenados de manos y pies, y ahí empezaron a darles golpes, principalmente a Nadir, porque es el más flaquito, es el enfermo.

Ellos se llevan 13 meses, pero Jorgito siempre fue más fuerte, más saludable, y siempre ha tenido como una exageración para proteger a su hermano. Una cosa muy fuerte. Como en la escuela su papá lo responsabilizaba de que Nadir saliera bien en las pruebas, de cuidarlo, él sigue teniendo una obsesión fuerte con eso.

Ellos sabían que dándole golpes a Nadir hacían que Jorgito sufriera más todavía. Jorgito no sabe si a él le dieron golpes o no, porque él cayó como en un estado de shock al ver a su hermano en el piso, así enshaquirado, que solamente la misericordia de Dios fue quien lo pudo levantar. Casi lo matan a golpes, dándole por las costillas, por los costados, por el riñón, galletazos por todos lados.

Tiempo después nos escribió una persona de EEUU que estuvo en esa celda y nos contó que vio a Jorgito con la cara muy colorada, así que a Jorgito también le dieron, quizás le dieron galletas, pero él todavía hoy no puede decir que fue así. Jorgito solo pensaba en su hermano. Ellos salieron de una casa donde somos un hogar, somos horcones: mamá, papá, y sus familias, sus hijos, y de momento les pasaba todo eso, y cayeron en estado de shock. Yo vine a saber de mis hijos a los 62 días, fue cuando escuché sus voces por primera vez y los vine a ver a los 103 días. Prácticamente no los reconocía: aquellos ojos estaban hundidos, estaban delgados.

¿Cuál fue la reacción de la gente entonces cuando los detuvieron?

El silencio. Eso fue lo más triste que nos ha pasado estos tres años. Yo soy costurera en San José de las Lajas, me conoce todo el mundo. Los muchachos fueron profesores. Nadir fue profesor de la secundaria, del pre, de la universidad, en la carrera de Enfermería… Imagínese, con Nadir no había quien saliera a la calle porque todo el mundo era “oye Nadir, oye…”. Los primeros tres o cuatro días venían y me preguntaban.

Cuando empezaron a aparecer en las redes las denuncias de nosotros como familia, ya empezó a apagarse todo. La gente empezó a coger ese miedo que corre por la sangre del cubano, que es como si se lo hubiesen inyectado, y por ahí ya empezamos a sentir [cambios]. No fue rechazo, porque ellos nos conocen, pero no vinieron más nunca a mi casa. Yo tenía vecinos tan cercanos a mí que eran familia y que siguen siendo familia, porque yo los perdono, yo sé que ese miedo corre por la sangre.

Cuando vinieron los muchachos de pase por primera vez, el pueblo de San José sí perdió el miedo, fue una cosa muy emocionante, lo más grande que nos pudo pasar, a pesar de que yo no pude disfrutar a mis hijos, no pudimos tomarnos prácticamente un café juntos… Fue tremendo, cuando ellos llegaron los estaban esperando. Nosotros en la familia somos muchos, y había vecinos que también los esperaban, pero ahí en ese momento empezaron a parar las motos [se refiere a las motocicletas en que se mueven usualmente los agentes de la Seguridad del Estado]. Yo vivo frente a un semáforo y dos calles que se unen. Pues a los carros que iban para allá los paraban y los obligaban a dar la vuelta, y así y todo seguían viniendo y venían personas de todas partes. Aquello fue tremendo.

No pudimos casi disfrutar, pero mis hijos se fueron con un orgullo tremendo de que San José perdió el miedo. Ya le digo, en el hospital, en el policlínico, en todos los lugares, se decía “vinieron los muchachos de San José de pase” y eso para mí fue muy lindo y vi que el pueblo en ese momento perdió el miedo. Ya después han seguido viniendo, esta es la quinta vez que vienen [12 de agosto], y sigue viniendo gente a verlos, pero ya no es la misma cantidad de personas, y al tener pases separados, tampoco es igual.

Desde que la Seguridad del Estado me los separa de prisión, los pases son separados. A ellos no los mantienen juntos porque saben que es como ese carbón, cuando los unes quizás prendan chispa y hagan candela. Y ellos mantienen a esos tizones separados para que no ardan.

Usted ha contribuido a que ellos estén presentes en San José, y en toda Cuba, con sus denuncias y su lucha…

Como he dicho en otra entrevista, tendría que ser que mañana no exista, que muera, pero aun después de eso seguiría. Sé que no va a ser, porque Dios me va a permitir verlos en libertad, porque tengo la fe de que ese día sea mañana. Pero si pasara, aún después de que no exista, en todos los lugares tendrá que decir, y en mi tumba: “Libertad para Nadir y Jorge”. No me callaré, porque creo que tengo el derecho como madre de decir que son inocentes y porque le he dicho siempre a la Seguridad del Estado que si me muestran las evidencias que tienen yo me callo, pero en tres años no me las han mostrado y no me voy a callar. Seguiré pidiendo la libertad de mis hijos y seguiré luchando.

Su valentía es indudable, pero, ¿cómo ha lidiado usted con todo este dolor y este acoso?

Mi vida cambió el 11 de julio. Mi lucha era coser, quizás aumentar mi negocio que es chiquito y quería aumentarlo poco a poco. Y de momento pasé a ser prácticamente una figura pública. Mi nuera se enfermó de los nervios, con un niño de seis meses. Recuerdo aquella petición fiscal, cuando dijeron 10 y ocho años, fue algo que no podía aguantar. Yo grité y grité, y mi esposo me encerró en el cuarto para que mi nuera no me escuchara. Después me tuve que hacer de hierro. Por ella, por los niños, por mis hijos, que siempre me han dicho “mamá, tú eres mi ángel, tú no te puedes enfermar”. Y yo les digo “niño, espérate, yo soy humana”. Nunca me he enfermado, ni de mi padecimiento de la columna, ni de nada más en todo este tiempo.

He tratado de alejarlo, pero también tuve miedo. Me temblaban los pies, y tuve miedo cuando me citó la Seguridad del Estado, y también tuve miedo cuando me cogieron presa la primera vez, y tuve miedo cuando [la protesta y detención en] la Catedral, pero ahí fue menos miedo. Ahí estábamos unidos, y es lo que le dije anteriormente, cuando los tizones están unidos, arden con más fuerza. Ese día no tuve miedo a pesar de que estuvimos en la celda, porque ese miedo se convirtió en algo fuerte. Me dije “ellos están por delante, ellos un día estuvieron dentro de mi vientre y tuve que pasar el dolor más grande de la vida para sacarlos de dentro de mi vientre; pues ahora no me voy a callar y voy a seguir”.

Sí, mi vida cambió de un día para otro, mis ilusiones, mis sueños, mis metas. Es como esa canción que es como el mi himno, “resistiré, resistiré / soy como el junco, que se dobla pero siempre sigue en pie”. En el momento en que me caigo, que siento deseos de llorar, lo hago debajo de la ducha y nadie se entera. Y bueno, a veces las entrevistas me hacen llorar, pero me limpio mi cara y sigo adelante.

¿Cómo ha sido la experiencia de luchar o no junto a otras madres?

Me gustaría, igual que les gusta a todas, sentirnos unidas. Un día nos reunimos aquí en nuestra casa e hicimos una caldosa, creo que eso salió en las redes. Estuvo muy linda, ese día estábamos fuertes, ese día estábamos que nos comíamos un león vivo. Pero la Seguridad del Estado se encarga de que haya separación, y cuando ellas llegaron a La Habana les dijeron que aquí a San José no vendrían más nunca, que ellos se iban a encargar. Les meten mucho miedo, dicen que una trabaja para ellos y ya, la misión de ellos es separar y en eso triunfan. Nos falta unidad, nos falta unidad para conquistar esa libertad.

¿A usted qué amenazas le ha hecho la Seguridad del Estado?

Todas. Que voy a tener delitos, eso me lo decían al principio, ahora ya no mucho. Que quizás mis hijos no avancen, no prosperen, por mí y por mis denuncias. Yo les pregunto a mis hijos si me callo y ellos me dicen “no, mamá, no te calles. Si algún día te callas es porque tú quieres callarte, pero por nosotros no”. Entonces yo sigo.

Esta última vez, que nos íbamos a reunir con otros familiares para honrar la muerte de Orlando Zapata [23 de febrero], me cogieron presa y nos tuvieron ocho horas a mí y a mi esposo, y me dijeron eso mismo. Y yo les dije “entonces yo cometo un delito aquí afuera y ustedes se lo transfieren allá a Jorge. No he visto eso nunca en mi vida, que ellos paguen por algo que yo hago aquí afuera”.

¿Qué le recomienda a otras madres o familiares?

Denunciar. Cuando el abogado me dijo un día que a los muchachos les pedían 30 años, yo casi me muero. Y si no llega a ser por las denuncias que hicimos, a mis hijos los hubiesen enterrado. Años atrás, creo que los hubieran asesinado. Yo les digo “te hicieron lo mismo que a los ocho estudiantes de Medicina”. Ellos están vivos, pero en el sentido figurado, les hicieron lo mismo, y si no llega a ser por nuestras denuncias, los hubiesen enterrado.

La única forma que hay es que el mundo entero sepa que hicieron una injusticia grande con los muchachos del 11 de julio, con los manifestantes. La Seguridad del Estado fue quien se metió en las protestas, quien rompió las tiendas, hicieron todo vestidos de civil… En la viña del señor hay de todo. Quizás hoy vemos que aquellos que hicieron tales cosas tienen menos años que otros.

¿Algo que quiera añadir?

Yo estimulo a que denunciemos lo que pasa con nuestros hijos. Esa es la parte importante, que no nos dejemos caer, que sigamos adelante. Quizás el día a veces es oscuro, yo principalmente me vestí de negro y dije que ya no le encontraba colores lindos al día, ni a la tarde, ni a la noche. Me vestiré de negro, de luto como Martí.

Pero a las demás madres, aunque el día esté oscuro, aunque la tarde esté oscura y la noche igual, les digo que no perdamos la fe, no perdamos la esperanza, que nuestros hijos van a salir en libertad.

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