Yanay Solaya: “si las presas del 11J teníamos alguna situación, nadie nos socorría”

Este texto forma parte de una serie de entrevistas realizadas por el Centro de Documentación de Prisiones Cubanas (CDPC) para documentar la experiencia de personas que han sido privadas de su libertad en años recientes y contrarrestar la información oficial sobre la vida en las prisiones de la Isla.

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Yanay Solaya Barú (42) fue detenida el 11 de julio de 2021 (11J) tras participar en las protestas que ese día llevaron a miles de cubanos a las calles. Solaya fue arrestada junto a otras personas en la Avenida Carlos III, en La Habana, y llevada inicialmente a la unidad policial de Zanja. Horas más tarde, fue trasladada al centro de detenciones de 100 y Aldabó, donde fue condenada a un año de privación de libertad en un juicio exprés. La mayor parte de su condena la pasó en la Prisión de Mujeres de Occidente, ubicada en El Guatao, en el municipio habanero de La Lisa, donde residía. Tras su salida de prisión, emigró a Estados Unidos. 

Cuéntanos cómo fue cuando te detuvieron por participar en las protestas. 

Cuando nos cogieron no nos dijeron nada, solo que en breve podríamos irnos para la casa, que ellos solo estaban haciendo una pequeña investigación porque no habíamos cometido ningún desorden público ni nada por el estilo. Como a las cuatro de la mañana [del día siguiente] fue que nos movieron, sin decirnos nada, y nos condujeron en camión a 100 y Aldabó.

¿Allí te informaron tus derechos o te mostraron el Reglamento de Prisiones?

A nosotros nunca nos dieron ningún papel ni nos informaron de ningún derecho. De hecho, fuimos a juicio sin saberlo, sin que nuestros familiares supieran, incluso sin abogados. Me hicieron firmar un papel y al otro día me levantaron y me dijeron que iba a juicio. Fue el 19 de julio [de 2021], en 100 y Aldabó. Mi abogada fui yo. A mi mamá la tenían trancada en una oficina, haciéndole preguntas. Cuando el juicio terminó fue que le dijeron que yo estaba ahí.

¿Tuviste acceso a los documentos concernientes a tu caso?

Eso lo tuvimos después. Al principio nos hicieron el juicio sin abogado, pero parece que aquello causó revuelo y después fue a visitarnos alguien que supuestamente tenía que ver con los tribunales, para ver si queríamos apelar. Ahí nos mostraron todos los documentos y la que quería apelar podía hacerlo. Ahí fue que tuve acceso a mis papeles. De todas formas, como los de nosotros fueron juicios ejemplarizantes, todo fue rápido. 

¿Qué consecuencias tuvo eso para ti? 

Que no pude disfrutar de ningún beneficio que sí puede disfrutar otro tipo de personas. Cuando alguien es sancionado por un año puede ir a la mitad o al tercio de la condena con libertad condicional, por ejemplo. A nosotros no nos dieron ese beneficio. 

¿Te interrogaron agentes de la Seguridad del Estado mientras estuviste detenida? 

Sí, en 100 y Aldabó. Me sacaban y me hacían muchas preguntas. Querían saber si alguien  me guiaba, qué había hecho desde que salí ese día de mi casa, por qué lo hacía, esas cosas. No fueron físicamente violentos, pero sí psicológicamente. Ellos trabajan con mucha psicología. Yo oía los cuentos y pensaba que era ficticio eso de que uno no sabía si era de día o de noche. Pero luego lo mismo tenía frío que calor. Era algo raro.

¿Cómo fue la experiencia cuando te llevaron para la cárcel de mujeres?

Al llegar, estuve dos meses en aislamiento, en una celda de castigo. Normalmente, al resto de las reclusas las dejan ahí dos días cuando vienen de fuera, pero a nosotras nos tuvieron dos meses. Se decía que nos tuvieron así porque temían sacarnos. No sabían cómo íbamos a comportarnos. Algunas reclusas me dijeron después  que estaban esperándonos para unirse a nosotras y hacer motines. Pero ellos trabajaron mucho con la conciencia y les hicieron entender que iban a equivocarse si se unían a nosotras. 

Ninguna reclusa quiere estar en una celda de castigo. Es como un cuarto del pánico. En una celda para dos personas, de cuatro metros por cuatro metros, vivíamos ocho o diez. El baño era una letrina y un espacito, teníamos que ir una por una para bañarnos. Después, cuando nos llevaron al penal, había destacamentos que eran de hasta 16 personas, el baño también colectivo. 

¿Podías comunicarte regularmente con tus familiares o allegados? 

Sí, allí nos daban el teléfono una vez a la semana por unos minutos. Cuando entramos sí estuve sin hablar con mi familia. El 26 de julio [de 2021] fue el director de todas las prisiones. Nosotras, que desde el día que nos agarraron no habíamos tenido derecho a teléfono, empezamos a quejarnos de que no habíamos podido hablar con nuestros familiares ni decirles dónde estábamos. Algunas familias lo sabían porque otras reclusas hacían el favor de llamarlas a escondidas. Ese día nos dejaron llamar cinco minutos porque decían que los familiares de las del 11J iban a hacer una huelga. Después no volvieron a dárnoslo hasta que pasaron esos dos meses en la celda.

¿Te sentiste discriminada en la prisión?

Por opinión política, sí. Nosotras éramos las “peores”. Para ellos, las que estaban relacionadas con el 11 de julio eran “tirapiedras”. Las mismas directoras de la prisión fueron las que crearon eso. Y por eso tuve unos cuantos enfrentamientos con otras reclusas, porque no me gustaba que me dijeran así. Después, si [las presas del 11J] teníamos alguna situación, nadie nos socorría. Teníamos una compañera a la que le daban ataques epilépticos. La jefa de la prisión decía que si no los había tenido mientras tiraba piedras el 11 de julio, cómo los iba a tener ahí. La atendían las otras muchachas. 

Luego, cuando estaba en el Plan Confianza, que era el intermedio entre la prisión y el campamento, la directora rompía delante de nosotras las cartas que les mandábamos a nuestras familias. Y en el campamento quitaron los pases y dijeron que era por culpa de nosotras. Fue cuando Yunior [García Aguilera] dijo que iba a hacer otro 11 de julio [el 15N]. Eso lo hacen hasta el día de hoy. Después me enteré que cuando Lizandra [Góngora] firmó una carta y quería mandarla a organizaciones de Derechos Humanos, quitaron el carteo y el tiempo de visita.

¿Crees que el tratamiento a los prisioneros cambia de acuerdo a algún criterio? 

Sí. La mano derecha de la directora era una muchacha que estaba presa por haber matado a dos hijos, pero tenía mil beneficios. Ella era de una familia de dinero. Allí no importaba que estuvieras por asesinato, por drogas, por nada de eso. Aunque nosotras solo hubiésemos gritado el 11J, éramos las peores.

¿Conviviste con alguien que tuviera alguna discapacidad o necesidad especial en la prisión?

Sí, en el campamento había personas en silla de ruedas, con bastón, con asma, con cáncer. Una amiga de más de sesenta años, que no era de mi causa, tenía un cáncer avanzado y no le daban ni la extrapenal. Otra amiguita mía, tendría 25 o 26 años, murió de un ataque de asma porque nunca llegaron a socorrerla. Todas las noches le daba asma pero la guardia nunca llegaba. Tienes tú misma que tomarte la medicina, o dártela la [reclusa] de al lado. Se ayudan entre ellas mismas. 

O sea, que no había condiciones especiales para esas personas.

Hasta donde yo vi, ninguna. De hecho, esas personas también tenían que salir por la mañana a trabajar. Había una señora flaquita, mayorcita, en una silla de ruedas, con asma, que ya no podía ni caminar, que tenía que salir a trabajar a las seis de la mañana, como todo el mundo. Allí no importa edad ni condición ni nada. No hay condiciones para nadie. 

¿Cómo es la atención médica en la prisión? 

Cuando llegas te hacen una consulta para evaluarte psicológicamente y ver tus necesidades. Pero es algo de rutina: si eres asmática, epiléptica, etc. Ya luego ibas para tu lugar y nunca más veías a ningún médico. La enfermera era una reclusa. Cuando tú le planteabas tu situación, ella tenía que comunicárselo a la directora y esta al penal. Entonces, cuando tuvieran chance de llevarte hasta allá, era que lo hacían, a ver si te atendían. 

Allí había personas sufriendo a las que tenían que trasladar a los hospitales y no había transporte ni petróleo. Si te tenían que consultar allí mismo, no había la medicina que tú necesitabas. Si en la calle no había, imagínate allí, en la prisión. Lo único que tuvimos fue la vacuna contra la covid. A quienes se contagiaban no los mandaban para el médico, sino para la celda de castigo. Ese era el aislamiento para las personas con covid. Quiere decir que estabas enfermo, te sentías mal y estabas en peores condiciones que cuando estabas bien en el penal.

¿Existían instalaciones especiales para el cuidado de las reclusas durante el embarazo, el parto y el puerperio?

Allí hay un lugarcito que se llama El Materno. Es un edificio de dos plantas, todo enrejado, donde tienes tu cuartico con tu camita y rejas por todos lados. Como una celda, pero con cama. Las mismas reclusas tienen que cuidar a los bebés, pero no hay alimento ni nada para esos niños. Una muchacha que dormía al lado mío y trabajaba en la cocina de la parte materna venía todos los días llorando. Decía que tenían que inventar con el arroz o con cualquier cosa, porque no había alimentacion para darle a aquellos niños. No entraba ni la leche. O no les llegaba, porque las primeras ladronas son la directora de la prisión y otras, que entraban a la cocina y se iban cargadas.

Ahora mismo tengo una amiguita que está en su casa con la extrapenal, porque estuvo a punto de morir. Estaba embarazada pero no tenían una dieta [especial]. Era la misma comida para todas y la muchachita empezó a tener problemas de presión, parece que por la alimentación. Cuando le subía la presión, no había medicamentos, ni médico, ni carro ni petróleo para llevarla a las consultas. Tuvieron que darle la extrapenal porque allí no hay nada. 

Durante el tiempo que estuviste presa, ¿podías realizar ejercicios al aire libre?

En el penal nunca me sacaron afuera. A no ser que hubiera una actividad política, a la que tenías que ir obligada. Pero hacer deporte como tal, ninguno. A las del 11J nunca nos sacaron a coger sol en los dos meses que estuvimos en la celda. Nunca.

¿Disponen los penales por los que transitaste de condiciones de higiene y vida adecuadas?

Ventilación sí, porque [las celdas] tienen varias ventanas con rejas. Iluminación, la que daba la luz del día. Había otras celdas como en un sótano que no tenían ventilación, solo unos cuadraditos bien arriba por los que no veías si era de día o de noche. Ya por la noche sí encendían la luz. El piso, de cemento; el baño, igual, con una sola letrina. El agua que tomábamos era de una tubería que salía de la letrina. Tenías que poner tu vaso, tu pomo, ahí mismo, dentro de la letrina donde hacías tus necesidades. Cuando la echabas en un recipiente, tenía todos los colores, menos transparente. 

En el campamento, igual. A veces entraban pipas con el agua, que era carmelita. Tenías que esperar a que se asentara la tierra en el pomo para poderla tomar. En los baños no había agua todos los días. Había que cogerla de un tanque para tomársela, para bañarse, para hacer todo con esa agua. Los baños tenían salideros. Tú entrabas y podías coger cualquier enfermedad en los pies, porque el agua te llegaba a veces a los tobillos; agua de la tierra o que salía de la taza.

¿Cada cuánto tiempo se limpiaban las celdas y los baños? 

Cada vez que teníamos la oportunidad, que venía un poquito de agua, podíamos limpiar rápido con lo que nos llevaran los familiares. Pero éramos nosotras mismas quienes lo manteníamos limpio, para poder bañarnos en mejores condiciones, aunque a veces había muchas personas y no todas eran tan limpias. Pero, más o menos, en el penal podíamos mantener un poquito más la limpieza si lo comparábamos con la celda.

¿Se facilita en los penales artículos de aseo indispensables para la salud e higiene?

Una vez, llegando yo, creo que nos dieron un rollito de papel sanitario, un jabón y un paquetico de almohadillas. Después, nada más las almohadillas; que te las daban cada un mes o cada cierto tiempo. 

¿Les suministraban ropa de cama limpia?

Cuando llegas, te dan una sábana, que es una telita de cebolla, pero nada de toalla. Tu familiar tiene que llevar otra sábana blanca. La frecuencia con que la lavabas ya dependía de cada cual. A veces teníamos que quedarnos con la ropa sucia dos y tres días porque no había agua. La que entraba podías cogerla para bañarte, para tomártela o para lavar, pero no podías hacer todo a la misma vez. Lavábamos con cubos en un patio en que se hacía una piscina de tanta agua, porque no tenía ni por dónde salir. Pero no podíamos lavar todas a la vez porque en el campamento éramos más de 60 u 80 mujeres. Además, el lavadero no funcionaba. 

¿Les permitían usar ropa personal, o tenían que usar uniforme?

Teníamos que estar con el uniforme que nos dieron desde que llegamos. Nos daban dos uniformes de un nylon gordo que cuando lo lavas no se estruja. Nosotras mismas nos encargábamos de lavarlo, de arreglarlo si se rompía, o cualquier cosa de esas.

¿Tuviste acceso directo a comida en la cantidad, balance y calidad necesaria? 

No, ni cantidad ni en calidad. Por la mañana te daban un pan a las 5:30 de la mañana, cuando te daban el de pie. A veces hacían jugo de una mermelada. Al mediodía, como a las 12:30, era el almuerzo; y después, a las 4:30, la comida. Un día empecé a tomar una sopa y era gusano puro, no sé si de alguna vianda, porque carne no tenía. Casi siempre era sopa. Imagino que de calabaza, que era lo que yo veía; arroz y un huevo o una torta de algo, como una croqueta. Al principio daban un pan por la noche, por el tema de la covid, pero ya después lo quitaron.

¿Las reclusas son sancionadas por infracciones cometidas dentro del establecimiento sin antes tener derecho a defenderse?

Sí. Cuando alguien comete alguna indisciplina o algo que para ellos no está bien, te llevan a una corte y entre todos te ponen una sanción, que puede ser llevarte a celda por 30 o 60 días, quitarte una visita, un pase, un pabellón. Imagino que sin defenderse, porque es tu palabra contra la de ellos. Ahí en las cortes no hay ningún médico presente.

¿Puedes quejarte dentro de la prisión? 

Sí, puedes quejarte. El problema es que eso puede marcarte y ser peor para ti, porque pueden ensañarse contigo. Cualquier cosa mala que hicieras después, la agarraban contigo.

¿Pudiste trabajar en el penal?

Cuando estaba terminando mi sanción, sacaron a las mujeres a trabajar a la calle, pero nosotras no podíamos, ni las del 11J ni las que estaban por temas de droga. A estas últimas empezaron a sacarlas después, pero a nosotras no. Nosotras trabajamos en el campo, a lo que te mandaran, chapeando. Era obligatorio. No recibíamos ningún pago. 

¿Tú o alguna conocida fue llevada a juicio disciplinario en la prisión?

Sí. Allí, para sobrevivir, hay muchachas que negociaban. Por ejemplo: la familia de una le traía un refresco que ella prefería cambiar o vender para un cigarro. Eso era una indisciplina. Si te cogían, te llevaban a la corte, te quitaban lo que te cogieran, no les importaba que te lo hubiera dado tu familia, y te ponían una medida. En el campamento, lo que más le duele a la reclusa es el pase. Por eso, o por cualquier otra indisciplina que ellos entendieran, le quitaban el pase. En el penal, te quitaban la visita o el pabellón.

¿Supiste o presenciaste alguna muerte o intento de suicidio bajo custodia?

Allí hay muchas que se cortan las venas. Una muchacha lo hizo y tuvieron que llevársela al hospital. Entrando yo, una señora bien viejita murió. Tenía una enfermedad. No había nada para transportarla. La metieron en una carretilla y le pusieron una sábana por arriba. En una carretilla de cargar tierra.

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Desde Estados Unidos, donde reside actualmente, Solaya recuerda que ella no fue la única de su familia que enfrentó consecuencias por su participación en las protestas del 11J. Durante el año que estuvo presa, la Seguridad del Estado visitó e interrogó varias veces a su familia, sobre todo a su madre. Otras personas, presumiblemente funcionarios del gobierno, fueron a la escuela secundaria de su hijo a convencer a los estudiantes de que debían ayudar a combatir las protestas, incluso con golpes, si volvían a producirse. Por último, un tío suyo fue despedido de su trabajo por negarse a formar parte de las turbas que el régimen utilizó para acallar a quienes protestaron el 11J. 

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